“¿Cómo puedes tomar parte en algo así?”.
Una mujer cercana a la treintena
descubre que su padre no encaja en el modelo de divina perfección que ella
construyó.
Jean Louis, Scout, convertida en neoyorquina de adopción, regresa al Maycomb de
su infancia durante unas vacaciones para visitar a su padre en la segunda
novela de Harper Lee, Ve y pon un
centinela (Go, set a watchman), 2015, veinte años más tarde del tiempo en
que transcurre la acción de Matar a un ruiseñor
(To kill a mockingbird), 1960.
Aunque mediaron cincuenta y
cinco entre sus respectivas fechas de publicación, ambas obras fueron redactadas con pocos años de diferencia, y, al parecer, en orden inverso, primero la secuela. Por lo
tanto, el heroísmo simplista de la primera y la complejidad de la segunda se
deben a la adaptación del relato a la distinta mirada de la protagonista a
diferentes edades, y no a una evolución
personal de la autora.
Atticus Finch, el hombre íntegro e
irreprochable, un personaje que para muchos es el padre que hubieran deseado
tener o el padre que hubieran querido ser, muestra unas actitudes ante las
sacudidas sociales y políticas que provocan los primeros pasos del movimiento a
favor de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, que resultan
incompatibles con el icono infantil venerado por su hija. Pero él, convincentes
o no, tendrá sus razones, minuciosamente estructuradas, y su particular
estrategia ante el conflicto.
La otra gran disputa gira en torno al amigo/prometido de Jean Louis, Henry, por su supuesta connivencia con los supremacistas blancos. Él
se encargará de exponerle la ingrata realidad de que la insolencia, el descaro o el
desapego cosmopolita son un lujo patrimonio de los socialmente favorecidos,
mientras que los desposeídos como él se ven abocados a una vida acomodaticia si
desean tener un hogar y un lugar en el mundo.
Y, de fondo, el mosaico de amigos,
familiares y vecinos presentes y pasados que revelan la complejidad de la
Alabama de finales de los cincuenta que, como los otros estados sureños, había
vivido instalada en una dulce derrota desde la Guerra de Secesión, la que a
pesar de haber traído la emancipación de los esclavos, no abolió su status de
ciudadanos de segunda. Pero entonces llegó la hora de la igualdad, y esa era
una píldora mucho más difícil de tragar. En ese momento la joven Finch regresará para contemplar la vieja Arcadia de sus primeros años con otros ojos: los del norte.
El centinela del título, que
parafrasea al Libro de Isaías, resulta ser la propia conciencia, una conquista
individual vinculada a la ruptura, a la separación, a la muerte freudiana del
padre, que resulta particularmente traumática para Scout.
El relato nos guía, a través del desgarro de su protagonista, hasta las amargas enseñanzas de la madurez: si en Matar a un ruiseñor aprende que entre el
bien y el mal es siempre preferible el bien, en Ve y pon un centinela la lección es que entre el bien y el mal,
a veces hay que elegir el pragmatismo.
Sin haberla aún leído, me parece muy claro, atractivo y didáctico -en lo fundamental de este concepto- tu comentario de PON UN CENTINELA.
ResponderEliminarJuan de Dios Salas.