Wall Street 1853

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miércoles, 7 de octubre de 2015

Matar a un señor (Harper Lee II)

“¿Cómo puedes tomar parte en algo así?”.

Una mujer cercana a la treintena descubre que su padre no encaja en el modelo de divina perfección que ella construyó.
Jean Louis, Scout, convertida en neoyorquina de adopción, regresa al Maycomb de su infancia durante unas vacaciones para visitar a su padre en la segunda novela de Harper Lee, Ve y pon un centinela (Go, set a watchman), 2015, veinte años más tarde del tiempo en que transcurre la acción de Matar a un ruiseñor (To kill a mockingbird), 1960.

Aunque mediaron cincuenta y cinco entre sus respectivas fechas de publicación, ambas obras fueron redactadas con pocos años de diferencia, y, al parecer, en orden inverso, primero la secuela. Por lo tanto, el heroísmo simplista de la primera y la complejidad de la segunda se deben a la adaptación del relato a la distinta mirada de la protagonista a diferentes edades, y no a una evolución personal de la autora.

Atticus Finch, el hombre íntegro e irreprochable, un personaje que para muchos es el padre que hubieran deseado tener o el padre que hubieran querido ser, muestra unas actitudes ante las sacudidas sociales y políticas que provocan los primeros pasos del movimiento a favor de los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, que resultan incompatibles con el icono infantil venerado por su hija. Pero él, convincentes o no, tendrá sus razones, minuciosamente estructuradas, y su particular estrategia ante el conflicto.

La otra gran disputa gira en torno al amigo/prometido de Jean Louis, Henry, por su supuesta connivencia con los supremacistas blancos. Él se encargará de exponerle la ingrata realidad de que la insolencia, el descaro o el desapego cosmopolita son un lujo patrimonio de los socialmente favorecidos, mientras que los desposeídos como él se ven abocados a una vida acomodaticia si desean tener un hogar y un lugar en el mundo.

Y, de fondo, el mosaico de amigos, familiares y vecinos presentes y pasados que revelan la complejidad de la Alabama de finales de los cincuenta que, como los otros estados sureños, había vivido instalada en una dulce derrota desde la Guerra de Secesión, la que a pesar de haber traído la emancipación de los esclavos, no abolió su status de ciudadanos de segunda. Pero entonces llegó la hora de la igualdad, y esa era una píldora mucho más difícil de tragar. En ese momento la joven Finch regresará para contemplar la vieja Arcadia de sus primeros años con otros ojos: los del norte.

El centinela del título, que parafrasea al Libro de Isaías, resulta ser la propia conciencia, una conquista individual vinculada a la ruptura, a la separación, a la muerte freudiana del padre, que resulta particularmente traumática para Scout. 


El relato nos guía, a través del desgarro de su protagonista, hasta las amargas enseñanzas de la madurez: si en Matar a un ruiseñor aprende que entre el bien y el mal es siempre preferible el bien, en Ve y pon un centinela la lección es que entre el bien y el mal, a veces hay que elegir el pragmatismo.

1 comentario:

  1. Sin haberla aún leído, me parece muy claro, atractivo y didáctico -en lo fundamental de este concepto- tu comentario de PON UN CENTINELA.

    Juan de Dios Salas.

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