Ignasi Mont-Ras i Pellicer, era cabo primero del somatén en las fuerzas carlistas que sitiaban la ciudad de Olot,
durante la Tercera Guerra Carlista. La tarde del 20 de marzo de 1874, festividad de san Ambrosio de Siena, se apartó de su grupo con la intención de obrar discretamente detrás de unos matorrales. Al intentar regresar, se dio cuenta de que se había perdido y allí, entre las zarzas, estuvo deambulando durante 100 años. Los pasó bebiendo agua de una charca, alimentándose de raíces, moras y hurones, y jugando solitarios con una baraja que llevaba en un bolsillo de la guerrera.
durante la Tercera Guerra Carlista. La tarde del 20 de marzo de 1874, festividad de san Ambrosio de Siena, se apartó de su grupo con la intención de obrar discretamente detrás de unos matorrales. Al intentar regresar, se dio cuenta de que se había perdido y allí, entre las zarzas, estuvo deambulando durante 100 años. Los pasó bebiendo agua de una charca, alimentándose de raíces, moras y hurones, y jugando solitarios con una baraja que llevaba en un bolsillo de la guerrera.
Una noche, le despertó una luz cegadora, acompañada de una dulce voz que le susurraba versos de Mosén Jacint Verdaguer, y notó cómo su cuerpo se separaba del suelo. Ya había oído hablar de extraños casos de abducción y teletransportación en las conferencias del Cercle de Amics de les Ciències Ocultes de Figueras. Cuando por fin se atenuó la claridad, pudo ver que se encontraba en el centro de una gran sala, rodeado de tres venerables sabios de largas barbas tocados con barretinas. Se presentaron al recién llegado: “somos La Singularidad Catalana del Pasado, La Singularidad Catalana del Presente y La Singularidad Catalana del Futuro, y te estábamos esperando para mostrarte…”
El cabo Mont-Ras, impaciente, les interrumpió diciéndoles que ya se conocía el cuentecito de Dickens del derecho y del revés, que no le tocaran más la gralla y que fueran al grano, que ya duraba la broma demasiado tiempo.
El más joven de los tres, el que representaba a La Singularidad Catalana del Futuro, frunció el ceño, y, sin pronunciar palabra alguna, le señaló al visitante una puerta bajo un rótulo que rezaba: Catalunya, 2074. Ignasi se dirigió hacia ella y, sin mirar atrás, la abrió lentamente. Entró y reconoció la sala del palacio real de Madrid, madriguera de la perfidia borbónica y liberal. De pie, junto al trono, una muchacha rubia le sonrió y le alargó la mano diciéndole: “Gracias por tu visita y bienvenido. Soy Leonor III, reina de Madrid, Corona Autónoma de la República Ibérica de Catalunya”.
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