Wall Street 1853

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martes, 1 de septiembre de 2015

Total Recall

Paseaba un anochecer de este verano por un hermoso pueblo de la costa cuando me encontré delante de una casa con un patio que daba a la calle.
Dentro, rodeados de una vegetación que perfumaba el aire de la noche, y en un ambiente risueño, una familia con varios niños, próximos a la adolescencia, se sentaba a cenar al fresco bajo una tibia luz. 

La escena fue de una capacidad evocadora tal que me transportó a aquellos veranos de una infancia amable y feliz, despreocupada, rodeado de hermanos, hermanas y nuevos amigos junto al mar; reviví los juegos por la noche, al aroma de los jazmines, y la llegada de los primeros amores, con sus desconocidas palpitaciones y sus desgarros a la hora de la partida.

Sentí todas esas emociones, pero yo no he vivido nada de eso.

Los veranos de mi infancia, adolescencia y juventud transcurrieron en una pequeña y aburrida ciudad de interior, que habitualmente registra las temperaturas mínimas más altas del país, lo que dificulta el sueño hasta imposibilitarlo no pocas noches. Las máximas son tales que recuerdo cómo en la calle, a la hora de la siesta, el asfalto literalmente se derretía y se te pegaba a las suelas, obligándote a cruzar los pasos de cebra pisando la pintura blanca. Ni siquiera había una sola heladería; sólo puestos de helados de marcas industriales. Íbamos a dos piscinas municipales, una muy cutre, cerca de casa, y otra más digna, pero a cuatro kilómetros, que había que andar de vuelta a plena solana a las seis de la tarde, que era la hora del cierre. El mayor consuelo, y lo único realmente memorable, eran los cines de verano. Y cuando desaparecía el último amigo camino de la playa o de la montaña, mi hermano y yo nos mirábamos con la angustia de quienes se disponen a iniciar la travesía del desierto, sabedores de la soledad y el tedio que se extendían frente a nosotros.

Sin embargo, la memoria no sólo la construimos desde dentro, sino que se entrama también desde fuera. La única cadena de televisión que llegaba a casa y la radio no cesaban en su proclama de que “toda España está de vacaciones”; los reporteros anunciaban y mostraban en vivo en los noticiarios la buena nueva de las playas y los chiringuitos abarrotados, las penurias de las operaciones salida y retorno; la prensa en color mostraba familias felices retozando en la arena o fiestas de alto copete en la Costa del Sol, Mallorca o Benidorm. Otro empujoncito más de manos del cine, los tebeos y la literatura, y el deseo se tornó realidad. Son tantos los suspiros por lo anhelado que un día, sin darte cuenta, recuerdas lo que quisiste vivir mejor que lo vivido. 

Y esos niños que cenaban hace unos días al aire tibio de la noche, me dibujaron una sonrisa de complicidad, de añoranza de esos días infantiles, al hombre que nunca estuvo allí.

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