Wall Street 1853

Wall Street 1853

martes, 1 de septiembre de 2015

El horror

Hace ya un tiempo que surgió en mí la curiosidad por conocer los pormenores de una sorprendente profesión: la de diseñador y fabricante de ropa horrenda. 


Se trata de ese género que llega a los comercios al inicio de cada temporada y que al primer golpe de vista te anuncia que se quedará de la tienda en el ángulo oscuro, olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, pasadas las cuartas rebajas y su remate final. Ves como van teniendo salida las otras prendas, pero esa se queda allí desatendida, víctima de la indiferencia, como el perrillo más veterano de la protectora que ve pasar los días sin que nadie repare en él. 

Me maravilla la inventiva de quienes convierten cualquier trapo decente en un disfraz con solo colocar un filo de raso aquí, una pedrería allá, unas puntillitas acullá…Así que cuando te resulta tan evidente que ese bodrio no será jamás vendido, te preguntas: ¿y por qué lo han fabricado? La manufactura de un artículo del que se sabe más allá de toda duda que no encontrará salida tiene que tener alguna explicación. 

Desde luego, colocar toneladas de confección en el mercado vislumbrando la epifanía de un cambio de tendencia allí donde todos los demás sólo ven horror y fealdad, es un acto que solamente puede estar inspirado por la inconsciencia, que presagia el suicidio empresarial; por la humildad, apuntando discretamente el futuro, a costa de un seguro fracaso; por el altruismo, sacrificando el beneficio en favor de la libertad creativa; o por la más engolada soberbia, del incapaz de someterse a la tiranía del buen gusto.

Afortunadamente, este continuo derroche de imaginación sin respuesta de estas mentes enfermas, seguirá permitiendo encontrar ropa a precios de saldo en los mercadillos de arrabal de los cinco continentes.

Y aunque sé que puede haber en mi mirada espantada una confirmación contemporánea del gusto hispano, imbuido del tono adusto impuesto por siglos de rigor religioso y sentido del ridículo, conviene recordar que en la muy colorista y deshinibida república italiana la paleta de Giorgio Armani se reduce al blanco, el negro, el gris y el azul marino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario