Wall Street 1853

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viernes, 1 de abril de 2016

Costal hero

Ocupo una celda del correccional Meliá
uno de los innumerables centros penitenciarios habilitados hace más de seiscientos años en los antiguos hoteles que alojaban a las hordas de visitantes en los siglos turísticos. La aparición de los tour exterminators puso fin a aquel sindiós de contaminación cultural y ambiental que durante décadas inundó nuestro territorio de bikinis, liberalismo, regüeldos, balconing, calimocho, sandalias con calcetines, bronceados suicidas, borracheras low cost, academias de inglés y viajes para jubilados. Por suerte, poco más sabemos de aquel tiempo infame, felizmente ausente de nuestra memoria.

Hoy, gracias al llorado Emperador Volublino, que en su Edicto de Berlín promulgó que la religión oficial, y única admitida, era el culto al Hijo Pródigo, hemos enterrado tradiciones, liturgias, creencias, supersticiones blasfemas en el pozo de la Historia. Caudillo simpar, derrotó a las muy superiores fuerzas que bajo la bandera de la Austera Estanflación se habían hecho fuertes en las Cabezas de San Juan, y amenazaban con el Andalexit, pretendiendo desgarrar la unidad indisoluble de Europa. La rebelión fue la consecuencia lógica de lo que unos gobernantes irresponsables pueden hacer con un pueblo poco avisado, que se dejó embaucar por políticas que les trajeron amor al trabajo, I+D, espíritu ahorrador, multilingüismo, laicismo, aversión al hedonismo improductivo, y todo el cúmulo de taras morales que caracterizaron a ese pueblo riguroso, poco amigable e insolidario.

Nuestra civilización aprendió la lección. Se revolvió contra la concupiscencia  laboral para alcanzar su grandeza de hoy.
Y la semana de fiestas de primavera es su buque insignia y su logro más original. Da gusto ver en sus desfiles a devotos, gobernantes, milicia y neoclero, en hermosa comunión como nunca antes conocieron los siglos. Ordenados combos instrumentales crean el clima necesario para estremecerse contemplando los grupos escultóricos con escenas de la vida del Hijo Pródigo: el saqueo al padre, el feliz derroche, la envidia del recto hermano, regreso, nuevo saqueo, segunda salida, y tantas otras que alimentan el fervor de las gentes sencillas e indolentes. Es una emoción muy muy grande aquí adentro que no se puede explicar.

Colofón de todos los imaginativos rituales de nuestro culto, fruto de centurias de innovación, es la Procesión Final, en la que es portada en andas la mismísima Emperatriz. Es el acontecimiento para el que me estoy preparando.

Alguien tuvo hace mucho tiempo la idea feliz de indultar cada año a un interno de la Red de Alojamientos Penales como prueba del inmenso sentido de la gracia de las autoridades. También, cómo no, en prevención de riesgos laborales, evitando que el condenado caiga en el feo vicio del trabajo penitenciario. Como habréis imaginado, el afortunado con la redención en estas fiestas he sido yo. Llevo semanas entregado a un relajado programa de mioestimulación pasiva que me pondrá a punto físicamente para participar, en agradecimiento por mi liberación, en la Procesión Final. Así se pondrá fin a mi largo cautiverio, consecuencia de un mal paso en mi juventud, aún me avergüenza recordarlo, cuando fui sorprendido con una hucha de barro en la mochila.

El próximo domingo, como mandan los Estatutos, nuestra adorada Emperatriz será mostrada a su ferviente pueblo con riquísima vestimenta y orfebrería, sobre una plataforma ornada con flores, velones y brocados. Irá sostenida por los hombros de  primogénitos de acrisolada hidalguía y por los míos. Al paso por la tribuna del Emperador, la procesión se detendrá envuelta en silencio. Un encapuchado se acercará solemne al grupo, se detendrá ante nosotros y, después de contener unos segundos la respiración gritará con toda su alma:
“¡Al cielo con ella!”.

Es la señal para desatar el delirio: doscientos brazos impulsarán las andas con toda la energía acumulada durante meses de ociosidad, lanzando hacia arriba a la Emperatriz, que se perderá entre las nubes ante los anhelantes ojos de sus súbditos. Poseídos por el dolor y sollozantes, huérfanos de la madre amantísima, sus leales súbditos, cientos de ellos, familias enteras, ascenderán en pos de ella y desaparecerán también en las alturas.

Al final del verano, tres inocentes niños serán vestidos de pastores y llevados antes del amanecer a la entrada de una cueva. De su interior verán salir, con los primeros rayos de sol, a la monarca ausente. La señalarán boquiabiertos y antes de que puedan decir palabra alguna irá apareciendo todo el séquito de fieles que la acompañaron en su ascensión cinco meses antes. Sus familiares les esperarán ansiosos detrás del cordón de seguridad y se abalanzarán sobre ellos a su llegada. Los recién regresados hablarán con voces extrañas y mirarán a los allegados que los abrazan sin reconocerlos. Se habrá completado felizmente el ciclo anual de transmigración en vida de las almas.

Firmado, Benjamín Expósito.


Trabajo presentado al concurso de redacción “Qué haría si abandonara la trena”, de la Red de Alojamientos Penales del Segundo Imperio.




4 comentarios:

  1. Una vez más, brillante tejido literario, bordado limpio y sin hilván. Esperamos una pronta próxima entrega, y salude usted, de paso, a su tío Ceferino.

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    1. Amable lectora, el tío Celerino, ay, se me murió. Menos mal que aún me acuerdo de las historias que me contó para aquí escribirlas y recibir sus gentiles palabras, si no, de qué.

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  2. Por momentos he dudado entre ironía y realidad, pero no. No te veo yo a ti con ese look tan egipcio de frente estirada, morcilla detrás de la nuca y camiseta sudada serigrafiada con nombres de Vírgenes a las órdenes de uno de esos capataces de vocabulario -ilimitado-, ya sabes... tos por igual valientes, tos por igual valientes y tos por igual valientes. Lo de los tres niños me despista un poco, aunque supongo que va en el lote. Muy buena tu descripción de nuestra -Big Week- así como el título del post.

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    1. No, Luis, no me verás de esa guisa. Esta es una ocurrencia de Benjamín Expósito, con la que hace más llevadera su cadena perpetua.

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