Ocupo una celda del
correccional Meliá
, uno de los innumerables centros penitenciarios habilitados hace más de seiscientos años en los antiguos hoteles que alojaban a las hordas de visitantes en los siglos turísticos. La aparición de los tour exterminators puso fin a aquel sindiós de contaminación cultural y ambiental que durante décadas inundó nuestro territorio de bikinis, liberalismo, regüeldos, balconing, calimocho, sandalias con calcetines, bronceados suicidas, borracheras low cost, academias de inglés y viajes para jubilados. Por suerte, poco más sabemos de aquel tiempo infame, felizmente ausente de nuestra memoria.
, uno de los innumerables centros penitenciarios habilitados hace más de seiscientos años en los antiguos hoteles que alojaban a las hordas de visitantes en los siglos turísticos. La aparición de los tour exterminators puso fin a aquel sindiós de contaminación cultural y ambiental que durante décadas inundó nuestro territorio de bikinis, liberalismo, regüeldos, balconing, calimocho, sandalias con calcetines, bronceados suicidas, borracheras low cost, academias de inglés y viajes para jubilados. Por suerte, poco más sabemos de aquel tiempo infame, felizmente ausente de nuestra memoria.
Hoy, gracias al llorado
Emperador Volublino, que en su Edicto de Berlín promulgó que la religión
oficial, y única admitida, era el culto al Hijo Pródigo, hemos enterrado
tradiciones, liturgias, creencias, supersticiones blasfemas en el pozo de la
Historia. Caudillo simpar, derrotó a las muy superiores fuerzas que bajo la
bandera de la Austera Estanflación se habían hecho fuertes en las Cabezas de
San Juan, y amenazaban con el Andalexit, pretendiendo desgarrar la unidad
indisoluble de Europa. La rebelión fue la consecuencia lógica de lo que unos
gobernantes irresponsables pueden hacer con un pueblo poco avisado, que se dejó
embaucar por políticas que les trajeron amor al trabajo, I+D, espíritu
ahorrador, multilingüismo, laicismo, aversión al hedonismo improductivo, y todo
el cúmulo de taras morales que caracterizaron a ese pueblo riguroso, poco
amigable e insolidario.
Nuestra civilización aprendió
la lección. Se revolvió contra la concupiscencia laboral para alcanzar su grandeza de hoy.
Y la semana de fiestas
de primavera es su buque insignia y su logro más original. Da gusto ver en sus
desfiles a devotos, gobernantes, milicia y neoclero, en hermosa comunión como
nunca antes conocieron los siglos. Ordenados combos instrumentales crean el
clima necesario para estremecerse contemplando los grupos escultóricos con
escenas de la vida del Hijo Pródigo: el saqueo al padre, el feliz derroche, la
envidia del recto hermano, regreso, nuevo saqueo, segunda salida, y tantas
otras que alimentan el fervor de las gentes sencillas e indolentes. Es una
emoción muy muy grande aquí adentro que no se puede explicar.
Colofón de todos los
imaginativos rituales de nuestro culto, fruto de centurias de innovación, es la
Procesión Final, en la que es portada en andas la mismísima Emperatriz. Es el
acontecimiento para el que me estoy preparando.
Alguien tuvo hace mucho
tiempo la idea feliz de indultar cada año a un interno de la Red de
Alojamientos Penales como prueba del inmenso sentido de la gracia de las
autoridades. También, cómo no, en prevención de riesgos laborales, evitando que
el condenado caiga en el feo vicio del trabajo penitenciario. Como habréis imaginado,
el afortunado con la redención en estas fiestas he sido yo. Llevo semanas
entregado a un relajado programa de mioestimulación pasiva que me pondrá a punto
físicamente para participar, en agradecimiento por mi liberación, en la
Procesión Final. Así se pondrá fin a mi largo cautiverio, consecuencia de un mal
paso en mi juventud, aún me avergüenza recordarlo, cuando fui sorprendido con
una hucha de barro en la mochila.
El próximo domingo, como
mandan los Estatutos, nuestra adorada Emperatriz será mostrada a su ferviente
pueblo con riquísima vestimenta y orfebrería, sobre una plataforma ornada con
flores, velones y brocados. Irá sostenida por los hombros de primogénitos de acrisolada hidalguía y por
los míos. Al paso por la tribuna del Emperador, la procesión se detendrá
envuelta en silencio. Un encapuchado se acercará solemne al grupo, se detendrá
ante nosotros y, después de contener unos segundos la respiración gritará con
toda su alma:
“¡Al cielo con ella!”.
Es la señal para desatar
el delirio: doscientos brazos impulsarán las andas con toda la energía
acumulada durante meses de ociosidad, lanzando hacia arriba a la Emperatriz,
que se perderá entre las nubes ante los anhelantes ojos de sus súbditos.
Poseídos por el dolor y sollozantes, huérfanos de la madre amantísima, sus
leales súbditos, cientos de ellos, familias enteras, ascenderán en pos de ella
y desaparecerán también en las alturas.
Al final del verano,
tres inocentes niños serán vestidos de pastores y llevados antes del amanecer a
la entrada de una cueva. De su interior verán salir, con los primeros rayos de
sol, a la monarca ausente. La señalarán boquiabiertos y antes de que puedan
decir palabra alguna irá apareciendo todo el séquito de fieles que la
acompañaron en su ascensión cinco meses antes. Sus familiares les esperarán
ansiosos detrás del cordón de seguridad y se abalanzarán sobre ellos a su
llegada. Los recién regresados hablarán con voces extrañas y mirarán a los
allegados que los abrazan sin reconocerlos. Se habrá completado felizmente el
ciclo anual de transmigración en vida de las almas.
Firmado, Benjamín
Expósito.
Trabajo presentado al
concurso de redacción “Qué haría si abandonara la trena”, de la Red de
Alojamientos Penales del Segundo Imperio.
Una vez más, brillante tejido literario, bordado limpio y sin hilván. Esperamos una pronta próxima entrega, y salude usted, de paso, a su tío Ceferino.
ResponderEliminarAmable lectora, el tío Celerino, ay, se me murió. Menos mal que aún me acuerdo de las historias que me contó para aquí escribirlas y recibir sus gentiles palabras, si no, de qué.
EliminarPor momentos he dudado entre ironía y realidad, pero no. No te veo yo a ti con ese look tan egipcio de frente estirada, morcilla detrás de la nuca y camiseta sudada serigrafiada con nombres de Vírgenes a las órdenes de uno de esos capataces de vocabulario -ilimitado-, ya sabes... tos por igual valientes, tos por igual valientes y tos por igual valientes. Lo de los tres niños me despista un poco, aunque supongo que va en el lote. Muy buena tu descripción de nuestra -Big Week- así como el título del post.
ResponderEliminarNo, Luis, no me verás de esa guisa. Esta es una ocurrencia de Benjamín Expósito, con la que hace más llevadera su cadena perpetua.
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