Wall Street 1853

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lunes, 14 de septiembre de 2015

Estrellas fugaces

La tarde que Patrocinio Dorado fue a que la ginecóloga le hiciera su primera ecografía, conoció la sorprendente noticia: estaba embarazada del futuro Consejo de Administración de Iberoamericana de Inversiones, S.A.
Los cuatrillizos, dos embriones masculinos y dos femeninos, cumplían con la perfecta paridad de sexos sin necesidad de artificio legal alguno.

En cuanto la señora Dorado llegó a casa con tan ilusionante anuncio, su marido, Epulón Denario, presa de gran alborozo, le propuso que de inmediato les reservaran plazas en el internado del colegio trilingüe Kinder Xiao College, así como en las actividades extraescolares de creatividad contable, informática volátil, polo patricio y eufemística avanzada. 

Durante la gestación, Patrocinio daba largos paseos, especialmente por el parquet; se relajaba escuchando a Mozart, por consejo de su médico; y acurrucaba a sus nascituri con los discursos de Steve Jobs, por consejo de su coach. Los canales de youtube con vídeos de inspiración para futuras vocaciones empresariales se convirtieron en su más asidua compañía.

La relevancia del excepcional porvenir pronosticado a los futuros consejeros rebasó las fronteras: su imagen fue portada de Time, el Papa Bergoglio los recibió en audiencia privada junto a sus padres, y tanto la universidad de Deusto como la London School of Economics los nombraron doctores promissori causa.

El alumbramiento, como no podía ser de otro modo, tuvo lugar puntualmente el día en que la feliz madre salía de cuentas. A la puerta de la clínica Ruber Internacional se arracimaban docenas de representantes de los medios, nacionales y extranjeros, acreditados. A las 13,30h., el señor Denario, más que embargado, expropiado por la emoción, comunicó a los presentes el esperadísimo natalicio y el perfecto estado de salud de los recién nacidos y de la madre.

Cuando por fin, después de tanta agitación, Patrocinio y Epulón se quedaron por primera vez a solas frente a la incubadora de sus retoños, ella tomó la palabra y les dijo: 
“Queridísimos hijos, queridísimas hijas: vuestra llegada al mundo nos colma a vuestro padre y a mí de dicha y esperanza. Bienvenidos seáis. Y para que siempre conservéis en vuestros corazones el recuerdo jubiloso del día de vuestro advenimiento, quisiéramos obsequiaros con aquello que más deseéis”.
Los cuatro hermanos cruzaron una fugaz mirada y respondieron al unísono: 
"Madre, queremos un perro y una flauta".

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