Para
quien no esté familiarizado con la firma de Mary Scofield, me puedo presentar
como la comentarista de la sección World Music de la revista The New Yorker.
Hace
tres años que conocí el genio deslumbrante de Petre Costas.
Después
de unos inicios sin mayor relevancia como guitarrista del coro de la iglesia de
su Bran natal, fue catapultado al estrellato regional gracias a su resonante
triunfo televisivo en Talentul de Carpați.
En una fastuosa velada en el
imponente castillo de su localidad, realzada por la presencia de la vieja
aristocracia precomunista, tuvo lugar la solemne ceremonia de entrega de premios. El ambiente festivo y el raudal de vino relajó
el deber de tutela de los mayores, lo que permitió a los jovenzuelos corretear
libremente de aquí para allá por todo el castillo, desde las torres hasta las
umbrías y lóbregas bodegas.
Los días siguientes, la madre de
Petre anduvo preocupada, pensando que la inesperada celebridad había
afectado al muchacho: mostraba una expresión taciturna, palidez, falta de
apetito, un inexplicable desaliño en el peinado y el afeitado, y cambios en sus
hábitos, pasándose el día en la cama, porque, decía, sólo podía concentrarse de
noche. Gracias a la escuela nocturna y al avanzado horario de las clases en el
conservatorio, los estudios del brillante músico continuaron sin contratiempos.
Sólo su tozuda renuncia a volver a pisar la iglesia causó algún disgusto en el
seno de la familia, dispuesta, sin embargo, a respaldar sus capacidades.
Pronto continuó su aprendizaje en la
capital, donde, en poco tiempo, se convirtió en el más destacado discípulo de
la Universidad de Estudios Mendicantes de Bucarest, completando sus estudios de
guitarra con los de acordeón, flauta dulce, clarinete, violín y backtrackings.
Para su proyecto de fin de carrera se
decidió por una estancia en España. Se instaló en Madrid, donde el carácter
franco y acogedor de sus gentes enseguida le procuró nuevas amistades. Incluso inició una estrecha relación con
Régula, una simpática enfermera que trabajaba en el servicio de hematología de
un hospital público de gestión privada. Le gustaba visitarla en el trabajo y
hacerle compañía cuando le tocaba el turno de noche. No obstante, ella no podía
prestarle la atención que hubiera deseado. Estaba demasiado ocupada con el
ajetreo habitual y con los problemas de inventario que últimamente traían de
cabeza a todo el equipo, por las constantes e inexplicables desapariciones de
unidades del banco de sangre.
En una ocasión, la chica le invitó a
cenar a su casa. El ambiente, cálido e íntimo, se vino abajo en el momento en
que sirvió el plato principal: bacalao al ajoarriero. Petre retrocedió unos
pasos con los ojos desorbitados, abrió la boca sin conseguir decir nada, se dio
media vuelta, corrió escaleras abajo, y no volvió a verla.
No obstante, fue un tiempo fructífero
e instructivo, con su vagar por los túneles del metro, las veladas en los
clubes de jazz y las madrugadas en los tablaos, en los que aprendió la
inextricable métrica del compás, aunque mantuvo siempre una actitud aprensiva
ante la posibilidad de encontrarse una noche cara a cara con ese duende del que
tanto había oído hablar. Uno de sus mentores, el gaditano
Fajardo El Canijo, en una ocasión le
palmeó cariñosamente en la espalda, diciéndole con admiración y voz
aguardentosa: “Compadre, eres un monstruo”, ocasión que Petre encontró propicia
para tomar el primer vuelo transoceánico.
En Nueva York tuvo lugar su eclosión
definitiva como guitarrista. El bagaje acumulado, su tesón y su natural
destreza, le hicieron acreedor en un tiempo inusitadamente breve de una beca en la
Juilliard School.
Una vez graduado, instauró las hoy
célebres sesiones concertísticas y didácticas de la medianoche de los miércoles,
que comenzaron con una tímida afluencia de público y rápidamente se poblaron de
una nueva multitud de trasnochadores.
A este período neoyorquino pertenece
la composición que presentamos: Romanian
Homesick Microblues (Bloody Mary on
the rocks).
Mary Scofield.
Creo que esta semana toca en el recibidor del parking de San Lázaro, oscuro y acogedor. No hay que pagar entrada!
ResponderEliminar¡Gracias Yemin, no me lo perdería por nada! Hace años que no escucho a Petre en vivo.
EliminarMu completito te veo, escribiendo, la guitarra... ¡en fin un sin fin de sorpresas! ¿que sera lo próximo?
ResponderEliminarEstoy preparando las obras completas de Wagner para cuatro voces y rondalla alpujarreña. Calculo que estarán listas para los carnavales de 2047. Va a ser la pera.
Eliminar"Compadre, eres un monstruo". Viva Fajardo, el Van Helsing de Cádiz
ResponderEliminarSiempre precisamos de una vanguardia que vea más allá.
EliminarNunca me he fiado de los que se esconden debajo de una capucha, contigo haré una excepción. Eso sí, lo próximo que sea una tango. Bien el blues y bien el texto, muy ameno y "muy escrito". Como siempre.
ResponderEliminarNo soy yo: es Petre Costas. Muchas gracias, y tomo nota para el tango.
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